
En el mundo del cine español, ávido de rostros populares sobre los que sostener la escuálida producción de la época, dio su primer paso en Los arlequines de seda y oro (1919), de Ricardo de Baños, que logró una excelente acogida gracias a su protagonista. Esta película fue distribuida con mucho menos metraje en el extranjero con el título La gitana blanca. Raquel se trasladó a partir de este momento a París, y compaginó a lo largo de los siguientes años su actividad en el escenario con la participación en películas como La rosa de Flandes (1922) y Violetas imperiales (1924), ambas de Henry Roussel, o Carmen (1926), de Jacques Feyder, entre otras.
Estuvo en Hollywood y rodó varios cortometrajes con canciones. Tras la consolidación del cine sonoro sólo intervino en una nueva película, una nueva versión de Violetas imperiales (1932), firmada también por Roussel. De su repertorio musical cabe destacar Agua que no has de beber y Mala entraña, compuestas por Martínez Abades; El relicario, de Oliveros, Castellvi y Padilla; y La violetera, de Montesino y Padilla.
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