
El duelo se presentó como una excelente oportunidad para presenciar un enfrentamiento entre Johan Cruyff y Giorgio Chinaglia, estrellas de ambos clubs; polémicos, pendencieros, con gran capacidad de liderazgo y un talento fuera de lo normal. Ellos eran los jefes de sus respectivos vestuarios.
Tenían casi vidas paralelas, Barcelona y Lazio habían ganado el campeonato de su país en 1974; los catalanes tras trece años sin hacerlo, y los italianos por primera vez en su historia. Celestes y azulgranas habían revolucionado la forma de jugar en sus ligas. Además, los dos fueron sinónimo de resistencia en su época; el Barcelona era considerado un símbolo contra la España franquista, mientras que en Italia, la derecha más conservadora se identificaba con el Lazio.
Pero el Lazio-Barcelona tan esperado, nunca llegaría a jugarse. Los italianos tenían el temor de que volvieran a producirse incidentes parecidos a los de dos años antes, frente al Ipswich Town. La crispación de las calles de Roma y la poca seguridad que ofrecía el estadio olímpico, alarmaron a los dirigentes del Lazio.
El hecho de que el rival fuese español (en unos días en los que Franco agonizaba y se sucedían las manifestaciones frente al régimen español en muchas ciudades europeas), no ayudó en las intenciones de los partidarios de jugar el encuentro. Los futbolistas querían jugar, así se manifestaron Chinaglia y sus compañeros, pero la decisión no estaba en sus manos y si en las de la Junta Directiva de la Lazio
Esta eliminatoria frente al Barcelona, en principio se especuló con jugar en terreno neutral. Pero en última instancia, la directiva del club romano decidió comunicar a la UEFA que no se presentaría en el encuentro de ida.

El presidente del Lazio Umberto Lenzini, quería evitar la indemnización al equipo español. Las malas artes del vestuario lazial se trasladaron a los despachos y a los muchos telegramas cruzados entre las tres partes enfrentadas.
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