dimarts, 24 de març del 2015

Cap. 1040: Riquelme un virtuoso del violin... que Van Gaal queria que fuese un guitarrista de heavy metal

En el verano del 2003, Riquelme fichaba por el FC Barcelona procedente del Boca Juniors, su coste unos 13 millones de €, contra el criterio de Louis van Gaal, que no quería un jugador de toque; el holandés ansiaba otra cosa. Román llegó al Camp Nou y se topó de bruces con el enemigo en casa, Van Gaal no le perdonó ni una. La diferencia era enorme, Van Gaal quería a un "Bajista" y le fichaban a un "Director" de orquesta.
Para Van Gaal, el "diez" de siempre tenía que jugar por la banda y seguir como alma que lleva el diablo al adversario de turno. Correr, correr, correr. Esperaba que corriera como Luis Enrique, cuando a veces "el correr es cosas de cobardes"
Riquelme recibía gritos desde el banquillo y solo disfrutaba al fútbol jugando con los chicos del filial que solían aparecer en el primer equipo. Allí conoció a un joven que apuntaba maneras: era paliducho con flequillo desigual, un desconocido para muchos Andres Iniesta al que miraba mucho y le devolvía balones como si hubiesen jugado toda la vida juntos. Riquelme solo deseaba jugar y jugar como lo había hecho toda la vida: un toque arriba, dos toques abajo, tocarla por allí, y ponerla al espacio para que el delantero la aprovechara. Él pensaba que el fútbol era un invento maravilloso y no una pesadilla donde las voces eran constantes. Van Gaal acabó con el talento de Riquelme.
Para muestra un boton, el día de su llegada... Van Gaal le decía: "Mire, usted es el mejor con la pelota, pero sin ella jugamos con 10. En el Barcelona tenemos a muchos jugadores con su calidad, de manera que deberá adaptarse"
A Riquelme le tocó competir por un puesto con Luis Enrique (en aquellos días era uno de los capitanes). La mayoría se decantó por el asturiano y el argentino abandonó el Barça con el reconocimiento anónimo de un compañero suyo que afirmó: "Riquelme siempre te hace quedar bien a pesar de saber que él puede quedar mal; es un alivio tenerle en el campo, nunca se esconde, ni hace ver que no está. Ofrece línea de pase, te pide la bola, no te la devuelve como otros para escurrir el bulto. No tiene miedo al balón, al penalti, al partido, al entrenador ni al estadio, y eso se agradece mucho"

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