El padre Lluís Sabaté, conocido popularmente por "Mosén Lechuga", fue durante muchos años el cura del FC Barcelona y, como tal, bendijo la primera piedra del estadio de Les Corts, el 19 de febrero de 1922. Era un culé acérrimo y un gran deportista que suscitaba el afecto de todos los culés, creyentes o no, por su talante alegre y sencillo.
"Mosén Lechuga" sólo perdía los estribos cuando su equipo sufría algún desastre; entonces sus broncas a los jugadores eran terribles. Cierto día, en el descanso de un encuentro jugado en Les Corts en la década de los veinte, el Barça perdía tras una actuación muy deslavazada. Muy enfadado, Mosen Sabaté bajó a los vestuarios para espetar una filípica a los futbolistas:
- "Chicos, parece que olvidéis que lleváis el escudo del Barça en el pecho, soltó de entrada el cura".
- "¿Y qué quiere decir con eso?" -le replicó un enfadado Josep Samitier.
- "Pues quiero decir que si no jugáis con sangre, no haréis nada".
Finalmente, el Barça acabaría ganando el partido. Una vez el árbitro pitó el final, Samitier fue a ver al cura para enseñarle una brecha sangrienta que lucía en la ceja, efecto de un choque con un contrario. "Sami"no pudo contenerse:
- "¡Ya estará contento! ¡Se ha ganado y ha habido sangre!"
A principios del año 1961 el Barça estaba inmerso en una grave crisis económica a causa de la construcción del Camp Nou y de la para que sufría la venta de Les Corts. Cierto día, cuatro jugadores barcelonistas criados en la casa, Antoni Ramallets, Joan Segarra, Sígfrid Gracia y Martí Vergés, se presentaron en la sede social del club, en la Via Laietana, 180. Ante el presidente Antoni Julià de Capmany, el directivo y economista Fabià Estapé y el gerente Joan Gich, Ramallets, como portavoz del grupo, proclamó:
- "Sabemos que el Barça pasa por problemas económicos. Queremos decirles que todo el dinero que hemos ganado, lo hemos ganado gracias al Barça. Si creen que ahora les hará falta, se lo dejaremos. Ya nos lo devolverán cuando puedan".
Muchos años después, el mismo Antoni Ramallets explicaría el porqué de este gesto tan excepcional como altruista:
- "Los cuatro éramos barcelonistas desde pequeños, jugábamos en el club de nuestros sueños y el Barça nunca nos había dejado de pagar ni cinco céntimos. Teníamos que hacerlo".
Esta anecdota puede resultar insólita vista con los ojos contemporáneos, pero es un hecho que el Barça de los primeros años tenía unos detalles entrañables propios de aquellos años románticos del fútbol. Por ejemplo, los niños que iban al campo de la calle Industria (1909-22) eran obsequiados con un bocadillo de jamón serrano para que merendarann. Los porteros y acomodadores eran los encargados de entregarlos a la entrada.
Imágenes enternecedoras de tiempo bien lejanos, equiparables a la del socio Narciso Deop saliendo al descanso en el campo cargado con una bandeja llena de limones para repartirlas entre los futbolistas de ambos equipos. Y para redondear el cuadro pintoresco de algunas tradiciones olvidadas, recordamos que en la década de 1910 los futbolistas del Barça regalaban ramos de flores a las señoras espectadoras en cada partido de cierre de la temporada.
El legendario portero barcelonista Antoni Ramallets era todo un campeón en sensibilidad humana. Un ejemplo de ello se produjo en cierta ocasión en su domicilio particular, a principios de 1962. El teléfono de Ramallets sonó y se mantuvo el siguiente diálogo, reproducido después en la prensa:
- "¿Diga?"
- "¿El señor Ramallets?"
- "Yo mismo, diga".
- "Mire, usted no me conoce. Se trata de mi hijo. Está loco por emular su fama como portero, y ha pedido a los Reyes un equipo completo. Mi situación económica no me lo permite..."
- "Está bien. Deme su dirección y el niño tendrá el equipo".
- "No sé cómo agradecerle..."
- "No se preocupe. Puede que el regalo no se lo hagamos al niño, sino al Barça en una fecha más o menos cercana".
El 18 de febrero de 1934 el Barça tenía que jugar un partido de Liga en el campo del Racing de Santander. A última hora, ya con el equipo en la ciudad cántabra, se lesionó el delantero barcelonista Luis Miranda y el entrenador Ferenc Plattko no tuvo más remedio que llamar de urgencia a Mario Cabanes, joven futbolista de veinte años. Cabanes tomó rápidamente el tren en Bilbao y luego, hacia Santander. Pero el retraso del tren era notable y el chico se estaba poniendo nervioso. Cuando su compañero de asiento se enteró de la causa de su desasosiego, lo tranquilizó rápidamente con estas palabras:
- "No te preocupes, chico. Hasta que yo no llegue, no habrá partido. Soy el árbitro".
Se trataba del colegiado señor Steimborn. El partido comenzó finalmente con todos los protagonistas, pero Cabanes tuvo un mal debut, ya que el Barça perdió por 3-1. Después de todo, el joven delantero no hizo mucha carrera porque la guerra lo llevó al exilio francés, donde jugó con nombre falso. Con el tiempo se convertiría en el prestigioso doctor Cabanes, un destacado médico especializado en Medicina Deportiva que trabajó en la Federación Española de Tenis y en el RCE Espanyol.
Arthur Witty era un fervoroso partidario del juego limpio, si nos basamos en sus palabras, él explicaba que tenía cuatro reglas de oro del fútbol inquebrantables, que el mismo seguía a pie juntillas:
- Juga bien y nada más. Nunca hables y mucho menos hables o discutas con el árbitro
- Si pierdes, es porque el otro equipo ha jugado mejor, asi que dales la mano
- Si te hacen daño, te levantas. Sigue adelante
- Actua como un caballero en todo momento
Es evidente que eran cuatro reglas de unos gentleman's de la alta sociedad y que en sus tiempos libres se dedicaban a practicar deporte y no solo el fútbol. La mayoría de ellos disputaba varias actividades deportivas, muy diferentes entre ellas