Basilea aquel día parecía un barrio más de Barcelona debido al
desembarco de más de 30.000 aficionados blaugranas. Aquella pacífica
invasión supuso un auténtico récord y sirvió para que el barcelonismo
ofreciera una auténtica lección de civismo a toda Europa. La caravana
estuvo integrada por 300 autocares, tres trenes completos, centenares de
vehículos particulares y varios vuelos charters.
Pese al recelo inicial mostrado por los ciudadanos de la pequeña y tranquila ciudad suiza ante una invasión de esta magnitud, la jornada transcurrió sin que se produjera ningún incidente. Todo lo contrario. Los 30.000 aficionados catalanes tomaron las calles de Basilea y las gradas del estadio Saint Jakobs de forma festiva y pacífica. El colorido fue espectacular, gracias a los miles de "senyeres" (que nuevamente ondeaban en el Camp Nou tras la muerte del Dictador) y de banderas blaugrana que se desplegaron.
Tan ejemplar y cívico fue el comportamiento de la afición blaugrana que tras la final tanto el alcalde de Basilea como el ministro de Exteriores suizo enviaron sendas cartas de felicitación al club. Fue una auténtica fiesta pacifica la que protagonizó la caravana barcelonista.
Quienes lo vivieron en directo aquel día en el Saint Jakobs no han podido olvidar todavía aquella mágica experiencia. Dos horas antes del partido las gradas ya estaban repletas de aficionados, que crearon un ambiente inenarrable.
La demanda de entradas superó ampliamente la cuota establecida por la UEFA en un primer momento, aunque el club blaugrana consiguió una buena parte de las que habían sido reservadas para el Fortuna de Düsseldorf y para los aficionados suizos. Eso hizo que los barcelonistas fueran amplia mayoría en las gradas del estadio (30.000 de las 47.000 localidades). Fue uno de los factores que, sin duda, ayudó a decantar la balanza en favor del equipo blaugrana durante la final.
Los aficionados catalanes animaron sin desmayo a sus jugadores durante los 90 minutos de partido, así como en el tiempo extra de la prórroga. Fue una jornada histórica.
Pese al recelo inicial mostrado por los ciudadanos de la pequeña y tranquila ciudad suiza ante una invasión de esta magnitud, la jornada transcurrió sin que se produjera ningún incidente. Todo lo contrario. Los 30.000 aficionados catalanes tomaron las calles de Basilea y las gradas del estadio Saint Jakobs de forma festiva y pacífica. El colorido fue espectacular, gracias a los miles de "senyeres" (que nuevamente ondeaban en el Camp Nou tras la muerte del Dictador) y de banderas blaugrana que se desplegaron.
Tan ejemplar y cívico fue el comportamiento de la afición blaugrana que tras la final tanto el alcalde de Basilea como el ministro de Exteriores suizo enviaron sendas cartas de felicitación al club. Fue una auténtica fiesta pacifica la que protagonizó la caravana barcelonista.
Quienes lo vivieron en directo aquel día en el Saint Jakobs no han podido olvidar todavía aquella mágica experiencia. Dos horas antes del partido las gradas ya estaban repletas de aficionados, que crearon un ambiente inenarrable.
La demanda de entradas superó ampliamente la cuota establecida por la UEFA en un primer momento, aunque el club blaugrana consiguió una buena parte de las que habían sido reservadas para el Fortuna de Düsseldorf y para los aficionados suizos. Eso hizo que los barcelonistas fueran amplia mayoría en las gradas del estadio (30.000 de las 47.000 localidades). Fue uno de los factores que, sin duda, ayudó a decantar la balanza en favor del equipo blaugrana durante la final.
Los aficionados catalanes animaron sin desmayo a sus jugadores durante los 90 minutos de partido, así como en el tiempo extra de la prórroga. Fue una jornada histórica.
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