Era febrero de 2001, en una mañana que comenzó rara. La Federació
Catalana había dado distintos horarios a los delegados del Infantil B
del Barcelona y del Ebre Escola Esportiva, que iban a enfrentarse en la
jornada 27 del Grupo I de la Liga Preferente de infantiles. Para
subsanar la confusión, la entidad blaugrana invitó a desayunar a la
expedición visitante y poco antes del partido, los jugadores de ambos
equipos se hicieron una foto sobre el césped; azares del destino, Marc
Baiges se colocó justo encima de Leo, que ya lucía entonces esa sonrisa
desangelada. Messi, era un chaval con problemas de crecimiento, en
aquellos días apenas levantaba 148 centímetros sobre el suelo, no
hablaba jamás y no era la estrella de su equipo. EN esa temporada, la
referencia de aquel Barça era Diong Mendy, un portento físico que
marcaba en todos los partidos.
Messi no pudo demostrar nada aquel día, pero en el primer minuto de juego se sucedieron dos noticias que pudieron cambiar su historia en el Barcelona. La primera llegó con el silbido inicial: tras un mes esperando el tránsfer y un debut contra el CF Amposta en que marcó, el pequeño argentino sumaba su segundo partido, primero en casa, como infantil y superaba así un requisito federativo imprescindible para jugar en años venideros choques oficiales siendo extranjero y menor de eda
Messi no pudo demostrar nada aquel día, pero en el primer minuto de juego se sucedieron dos noticias que pudieron cambiar su historia en el Barcelona. La primera llegó con el silbido inicial: tras un mes esperando el tránsfer y un debut contra el CF Amposta en que marcó, el pequeño argentino sumaba su segundo partido, primero en casa, como infantil y superaba así un requisito federativo imprescindible para jugar en años venideros choques oficiales siendo extranjero y menor de eda
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