El 2 abril de 1971, en un céntrico hotel de Montjuich, la Penya Solera,
entidad fuertemente vinculada en la época con el FC Barcelona, dedicaba
un sentido homenaje a Angel Mur Navarro. Para los asistentes nunca había
mercido un acto de simpatía y admiración dedicada a un hombre que había
llenado las páginas más vivas e intensas de su vida en el amplio libro
del club decano de Catalunya. En tono al homenajeado, se reunieron
profesionales del fútbol y de otras secciones de distintas épocas del
club. El acto tuve momentos realmente emotivos. Tres fueron, en
realidad. El primero cuando en los postres, una rondalla del Centro
Aragonés irrumpía en el amplia salón donde se reunian cerca de
trescientes comensales a los acordes de una vibrante jota. Otro de los
momentos fue cuando su hijo Angel Mur Ferrer le entregaba un objeto de
la UE Sant Andreu y el tercero cuando Fusté llorando, se le olvidaba
entregarle el regalo de la plantilla del primer equipo. Un hombre que,
como su hijo, fue muy querido por los jugadores que pasaron por sus
manos
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