Johan Cruyff se despachó a gusto. "No me han dejado ni despedirme. ¿Y por qué tantas prisas? ¿Por qué no destituirme después del partido ante el Celta para poder decir adiós a mi público? La afición es inteligente y está por encima de las personas que dirigen el club, a quienes no tengo ningún respeto".
Al día siguiente había partido en el Estadi. Un FC Barcelona-Real Celta que se convirtió en un abrumador plebiscito de la grada favorable a Cruyff, muchos recordabamos el plebiscito de Johan Neeskens en 1978, cuando no fue renovado por esta misma Junta Directiva. "Charly" Rexach, que se quedó con el banquillo, siempre como superviviente, siempre con un trabajo al que poder acudir andando desde su casa, accedió a un último guiño: sustituyó a Jordi Cruyff que pedía el cambio, a poco del final, y el hijo se llevó, entre lágrimas y lanzando la camiseta a la grada, la ovación que correspondía al padre. Pañuelos, rabia, furia. "Johan, no tardes", "Johan, perdónalos, porque no saben lo que hacen". La afición había criticado y con razón algunas decisiones de Cruyff, pero no aceptaba ni comprendía que la mejor época del club terminara de manera tan impropia y barriobajera. El alma del aficionado culé se adornó aquel día con un crespón negro por ocho intensos e inolvidables años de emociones y fútbol.
Al día siguiente había partido en el Estadi. Un FC Barcelona-Real Celta que se convirtió en un abrumador plebiscito de la grada favorable a Cruyff, muchos recordabamos el plebiscito de Johan Neeskens en 1978, cuando no fue renovado por esta misma Junta Directiva. "Charly" Rexach, que se quedó con el banquillo, siempre como superviviente, siempre con un trabajo al que poder acudir andando desde su casa, accedió a un último guiño: sustituyó a Jordi Cruyff que pedía el cambio, a poco del final, y el hijo se llevó, entre lágrimas y lanzando la camiseta a la grada, la ovación que correspondía al padre. Pañuelos, rabia, furia. "Johan, no tardes", "Johan, perdónalos, porque no saben lo que hacen". La afición había criticado y con razón algunas decisiones de Cruyff, pero no aceptaba ni comprendía que la mejor época del club terminara de manera tan impropia y barriobajera. El alma del aficionado culé se adornó aquel día con un crespón negro por ocho intensos e inolvidables años de emociones y fútbol.
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