En un desplazamiento de la temporada 1993/94, después de una noche de
lluvias, los utilleros del Barça que habían estado en el campo del rival
para preparar las equipaciones en el vestuario, informaron a Cruyff de
que el terreno estaba completamente embarrado, en especial en las áreas
junto a las porterías. En esas circunstancias, el entrenador decidió que
no alinearía a Romario, muy habilidoso con el césped inmaculado pero,
en principio, poco dado a controlar el balón sobre el barro frente a una
defensa rocosa. Por ello, Cruyff comunicó la alineación al equipo en el
hotel, antes de salir para el campo, y les dio un charla sobre cómo
debían jugar. Llegaron al campo y salieron al césped para
inspeccionarlo. Efectivamente, frente a las porterías había zonas
cenagosas que parecían poco apropiadas para el juego preciosista de
Romario. El brasileño, callado como solía ser, salió al terreno de juego
vestido con traje de calle, se fue a una de las porterías y se quedó un
rato mirando al suelo. De repente, caminó con paso decidido hacia la
zona donde estábamos Cruyff, Carles Rexach y yo. Al llegar, miró al
entrenador y le dijo:
- "Ponme, que marco".
Cruyff le miró a los ojos.
- "¿De verdad?", le preguntó Cruyff.
Romario dio un “zí” convencido. Evidentemente Romario marco un gol
- "Ponme, que marco".
Cruyff le miró a los ojos.
- "¿De verdad?", le preguntó Cruyff.
Romario dio un “zí” convencido. Evidentemente Romario marco un gol
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