El 16 de mayo de 1979 el Barça derrotba en la final de la Recopa al
Fortuna de Düsseldorf por 4-3. Para cualquier barcelonista veterano,
recordar qué pasó aquella tarde/noche hace 35 años no supone mucho
esfuerzo, ya que fue el primer gran título europeo y el primer
desplazamiento masivo del barcelonismo.
En las tierras Hans Gamper, y en el estadio de un equipo que el mismo fundaba, el Barça podía hacer historia. En plena transición democrática, las gradas del Saint Jakob Stadium se convirtieron en el símbolo de una nación, que quería demostrar a Europa la importancia que nuestro Club tenía para Catalunya. Después de dos finales europeas perdidas en ciudades suizas, Berna (1961) y Basilea (1969), el Barça volvía a la localidad suiza con más de 30.000 aficionados detrás, que habían viajado en autocares, trenes, aviones... Nunca antes un club había conseguido mover a tanta gente en una final europea de fútbol. Un público familiar, movilizado masivamente bajo el paraguas del sentimiento culé, que dio una muestra de cordura y de civismo.
La tarde/noche se llegaba en unas circunstancias deportivas delicadas, con el equipo en una situación poco sólida en la Liga, al final se terminó en quinta posición, y eliminado en la Copa de España. Por todo ello, el técnico francés Lucien Müller había sido destituido y Joaquim Rifé se había hecho cargo del equipo a media temporada, con la voluntad de imprimir su carácter luchador a los jugadores.
El equipo en aquella final, puso el pundonor y la entrega que le había faltado en muchos partidos de aquella temporada. No debemos olvidar que dos jugadores llegaban con unas circunstancias personales preocupantes: Migueli jugó con una luxación en el hombro e infiltrado y que Krankl lo hizo poco después de que su mujer sufriera un grave accidente de tráfico. Estos son algunos detalles que enaltecen el de esa victoria valor de la victoria y aumentan la épica de un triunfo basado en el sobreesfuerzo y la implicación de los jugadores con el equipo
En las tierras Hans Gamper, y en el estadio de un equipo que el mismo fundaba, el Barça podía hacer historia. En plena transición democrática, las gradas del Saint Jakob Stadium se convirtieron en el símbolo de una nación, que quería demostrar a Europa la importancia que nuestro Club tenía para Catalunya. Después de dos finales europeas perdidas en ciudades suizas, Berna (1961) y Basilea (1969), el Barça volvía a la localidad suiza con más de 30.000 aficionados detrás, que habían viajado en autocares, trenes, aviones... Nunca antes un club había conseguido mover a tanta gente en una final europea de fútbol. Un público familiar, movilizado masivamente bajo el paraguas del sentimiento culé, que dio una muestra de cordura y de civismo.
La tarde/noche se llegaba en unas circunstancias deportivas delicadas, con el equipo en una situación poco sólida en la Liga, al final se terminó en quinta posición, y eliminado en la Copa de España. Por todo ello, el técnico francés Lucien Müller había sido destituido y Joaquim Rifé se había hecho cargo del equipo a media temporada, con la voluntad de imprimir su carácter luchador a los jugadores.
El equipo en aquella final, puso el pundonor y la entrega que le había faltado en muchos partidos de aquella temporada. No debemos olvidar que dos jugadores llegaban con unas circunstancias personales preocupantes: Migueli jugó con una luxación en el hombro e infiltrado y que Krankl lo hizo poco después de que su mujer sufriera un grave accidente de tráfico. Estos son algunos detalles que enaltecen el de esa victoria valor de la victoria y aumentan la épica de un triunfo basado en el sobreesfuerzo y la implicación de los jugadores con el equipo
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